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Breve historia del PIB

Hermann Hess [email protected] | Martes 19 febrero, 2019

Opinión

El objetivo de medir la producción de un país es bastante viejo. Desde la Antigüedad se llevaban estadísticas parciales aunque bastante rigurosas sobre la actividad económica, asociadas casi siempre con los inevitables impuestos. Recordemos aquello de ‘al César lo que es del César’, y al César le servían las estadísticas estatales para financiar al estado. Juegos de palabras aparte, lo mismo sucedía en China, la India y con toda seguridad en los imperios Maya e Inca del continente americano.

Con el auge del comercio internacional durante el Medioevo tardío, consecuencia en gran parte de los viajes de Marco Polo al lejano oriente, los mercaderes italianos fueron empujando el nacimiento de la contabilidad tal y como la conocemos hoy en día. Mediante un sistema de anotaciones dobles (ingresos y gastos, activos y pasivos) necesitaban controlar no sólo la cantidad, sino sobre todo el valor de los grandes flujos y acervos generados por ese intercambio, que a su vez dieron origen a una buena parte de la actividad bancaria moderna.

La contabilidad por partida doble es sin duda uno de los grandes descubrimientos de la humanidad. Si no, que lo digan los encargados de gerenciar a diario negocios grandes y pequeños, o bien los estafadores y sus cómplices que tantas veces han podido ser ajusticiados (tarde o temprano) porque alguien se dio cuenta de que ‘los números no cerraban’.

Pero volviendo al tema del PIB, o Producto Interno Bruto, la expansión del imperio británico espoleó la necesidad de grandes cantidades de estadísticas de volumen y de valor, empezando a desarrollar la recolección sistemática de transacciones, la teoría estadística moderna y los sistemas contables macroeconómicos. Asimismo, el siglo XIX vio el desarrollo de muchos sistemas estadísticos importantes en Norteamérica y el resto de Europa. Como resultado, muchos de esos países cuentan con mediciones demográficas, económicas y financieras desde ya hace unos 200 años. Pero faltaba el maridaje entre las estadísticas y un verdadero sistema contable que permitiera eso – una medición sistémica que permitiera balancear ingresos y gastos, flujos financieros e internacionales y balances nacionales, en la escala de un país y de su intercambio comercial y financiero con otros países.

Hubo que esperar hasta mediados del siglo XX para que todo cayera en su lugar. Para hacer el cuento corto, así como probablemente algo injusto por la omisión de muchas contribuciones importantes, se la reconoce a Richard A. Stone, un economista inglés que trabajó a mediados del siglo pasado, la paternidad del Sistema de Cuentas Nacionales; contribución que le valió el premio Nobel de economía en 1984. La primera versión se implementó en 1941 durante la II Guerra Mundial, así que como se puede ver todo esto es relativamente reciente.

El Sistema de Cuentas Nacionales es verdaderamente impresionante y ha evolucionado mucho desde aquellas primeras versiones, estando bajo la tutela de las Naciones Unidas casi desde sus inicios. Incluye mediciones de la producción, ingreso y gasto a nivel nacional; así como el intercambio con otras economías. Sin detenerse únicamente en estos flujos, el sistema en principio también contabiliza los acervos nacionales (como el acervo de capital productivo) e implementa una serie de cuentas satélite (como las ‘cuentas verdes’ o ambientales, turismo y salud); aunque desafortunadamente muchos países no cuentan con los recursos para estimar la totalidad de los componentes del sistema. Los países que estiman aunque sea una parte mínima de estos componentes cuentan con un recurso invaluable para el análisis, simulación y proyección de la actividad económica.

De manera que el PIB es sólo una parte (aunque quizá la más famosa) de este enorme engranaje cuantitativo. Por definición, el PIB es una medida de la producción neta de una economía durante un período de tiempo; usualmente un trimestre o un año. Eso es todo, no es ni más ni menos. Por favor no le pidamos que mida la felicidad, o la contaminación, o el bienestar. Las críticas al concepto del PIB porque no considera X o Y son totalmente infundadas, se creó para medir sólo una cosa y lo hace bastante bien. Insistiendo en este punto, no le pidamos al termómetro que mida nuestro estado de ánimo o la altitud a que nos encontramos.

Dicho lo anterior, el PIB se correlaciona muy estrechamente con las medidas complementarias (o alternativas) de calidad de vida, bienestar o felicidad; incluso con el potencial de los países de mitigar el cambio climático. La razón es bastante obvia —la producción, los ingresos y la capacidad de gasto son trillizos inseparables—. Un país que produce mucho por habitante genera ingresos que permiten gastar en mejores sistemas de salud y educación, así como contar con recursos financieros para suavizar el impacto del cambio climático. No se trata de afirmar que el PIB es la única o mejor medida de muchas cosas significativas —definitivamente necesita complementarse con otros aspectos—. Pero tampoco nos vayamos al extremo de pensar equivocadamente que es un indicador que ‘engaña’ o ‘deja de ver los asuntos más importantes’.

Y si uno busca las series históricas del PIB y medidas derivadas nos pueden plantear cosas muy interesantes. Por ejemplo, ajustando por poder de compra, el PIB per cápita de Costa Rica en 1990 era similar al de Panamá y Mauricio y un 10% superior al de Chile. En 2017, el de Mauricio supera al de Costa Rica en 30% y los de Panamá y Chile se encuentran más de 40% por encima del de Costa Rica.

La Contabilidad Nacional es sin duda otro de los grandes descubrimientos de la humanidad y las Cuentas Nacionales comparativas dan mucho qué pensar.








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