De Luis Guillermo a Carlos
Arnoldo Mora [email protected] | Viernes 11 mayo, 2018
De Luis Guillermo a Carlos
Desde el reiterado y apabullante triunfo del PAC se han multiplicado los comentarios en torno al legado —bueno o malo— del gobierno saliente y sobre las expectativas —quizás exageradas— que suscita en el imaginario colectivo el nuevo gobierno, cuyo Ejecutivo es encabezado por el joven politólogo y comunicador Carlos Alvarado, militante desde su primera juventud tan solo en el partido que lo llevó al poder; por lo que no carga ningún trauma o secuela de los partidos tradicionales en su subconsciente psicológico o ideológico. Lo anterior es importante destacar porque Carlos Alvarado es el primer presidente que no tiene nada que ver con la Guerra Fría, ni con el maniqueísmo ideológico que en esa época se respiró como ambiente cotidiano que marcó todas las decisiones políticas, tanto en Occidente como en su periferia. Pero no es solamente la diversidad de personalidades y de generaciones lo que marca la diferencia entre el presidente saliente y el entrante, a pesar de provenir de las mismas tiendas partidarias. A pesar de haber sido ministro del gobierno saliente, desde el momento en que se lanzó a hacer la exitosa campaña que lo llevó a Zapote Carlos tomó distancia de Luis Guillermo, adhiriendo a las acervas críticas que contra este no se cansó de lanzar el diputado Ottón Solís, fundador del partido y entusiasta activista de Alvarado. Cualquier observador que viniese de otro planeta pensaría que en Costa Rica ganó la oposición, pues las divergencias entre el presidente saliente y el entrante dan la impresión de ser mayores que sus convergencias. Eso se hizo notorio en el breve pero enfático discurso de toma de posición de Carlos en la Plaza de la Democracia, pues no mencionó a su antecesor; tan solo se limitó a señalar en siete puntos los más acuciantes desafíos que deberá asumir en su condición de primer mandatario de la nación. Esos desafíos más parecen tareas que no fueron realizadas por Luis Guillermo a pesar de haber sido promesas para cuyo cumplimiento el pueblo lo eligió; daba la impresión de que Carlos los asumía como una hipoteca que su antecesor contrajo y que él —Carlos— debe ahora saldar, aunque para ser justos — cosa en la que Carlos espero estará de acuerdo— esta hipoteca viene no solo de su antecesor inmediato, sino, sobre todo, de quienes provenían de los gobiernos surgidos de las filas del bipartidismo imperante en nuestro país por décadas. Pero hábil político como es, a pesar de su juventud, o quizás por eso pues no carga con las carlancas del pasado, Carlos no quiso apuntar con dedo acusador a los responsables de esta grave situación, pues está consciente de que su gobierno es de minoría y necesitará urgentemente del apoyo de los diputados y dirigentes de los partidos tradicionales, tanto en el Congreso, como en las propias filas de un gabinete variopinto como ninguno otro en la historia política de este país.
Sin embargo, quiero enfatizar en que quienes comentan en los medios las coyunturas de nuestro quehacer político y el papel que desempeñan sus principales protagonistas, solo se entretienen describiendo aspectos subjetivos concernientes a la personalidad, origen y vida familiar, carrera y experiencia profesional de estos, sin tener en cuenta que los elementos objetivos de la realidad política de origen estructural son la causa real de las crisis que en todos los campos vive nuestra sociedad, hoy como ayer… y como mañana, si no tenemos la patriótica valentía de asumirlos, como sí lo hicieron en su momento los prohombres de un hermoso pasado histórico, al que el presidente Alvarado se refirió en sus vehementes palabras, poco después de recibir en pecho la cinta tricolor que lo acredita como presidente constitucional de la República. Pero no por eso debemos desistir de hacer énfasis en que la causa fundamental de casi todos los males que agobian a nuestra patria radica en la creciente desigualdad socioeconómica que sufre la humanidad entera y que en nosotros repercute lacerando la mayor conquista política lograda en nuestra historia, como es el Estado Social de Derecho vigente desde la Guerra Civil de 1948. Lo anterior es causado por la ideología neoliberal implantada dogmáticamente a contrapelo de la voluntad popular a la economía mundial por las potencias occidentales; a lo que debe añadirse como una de sus más infames consecuencias, la preocupante carrera armamentista que despilfarra ingentes recursos económicos y tecnológicos que amenaza de extinción a la humanidad.
Dentro de este aberrante panorama mundial, Costa Rica debe distinguirse por su inquebrantable voluntad de erradicar la tendencia a la desigualdad que ha crecido escandalosamente en las últimas décadas, poniendo con ello en peligro la estabilidad política de que ha gozado nuestro pequeño gran país. Hace bien nuestro joven gobernante en enfatizar en políticas en favor de la ecología, en las medidas en defensa del medio y en la preservación de la biodiversidad, nuestra mayor riqueza natural, lo mismo que suministrando los recursos económicos según mandato constitucional en la educación, como medio más civilizado para desarrollar las potencialidades creativas de nuestro pueblo y combatir la creciente y acongojante criminalidad que pone en jaque a nuestra tradicional tranquilidad doméstica. Pero mientras no se reconozca que se requiere un cambio radical en las políticas económicas imperantes, la desigualdad seguirá creciendo y, con ello, todos los otros flagelos que los gobernantes de turno —quiero creer que con buena voluntad y mejores sentimientos— juran combatir desde el primer día en que, por voluntad popular, asumen el mando de la nación.
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