De Nicaragüenses, buenos y malos
Humberto Pacheco [email protected] | Martes 20 enero, 2009

De Nicaragüenses, buenos y malos
Humberto Pacheco A.

No podemos imaginarnos sobre que trapecio jurídico se montaron los jueces para producir la contorsión de que un extraño que se introdujo en un taller- en lo oscuro de la noche y por medios otros que la bien cerrada puerta- lo hizo “con fines desconocidos”. Los perros que a lo interno protegían los bienes de una propiedad privada de las “intenciones desconocidas” del intruso, lo atacaron y lo mataron.
Muy lamentable, pero el tema se engruesa. Al Estado, que no tuvo nada que ver con el ingreso nocturno ilegal, lo condenaron a pagar una indemnización millonaria a la familia del occiso, a pesar de que los policías que intervinieron, único vínculo con el Estado, fueron exonerados de responsabilidad por dicha muerte.
Los procónsules que decidieron ese juicio establecieron un peligroso precedente. Ahora los actores nocturnos de “fines desconocidos” que quieran dejar bien fondeadas a sus familias, sabrán que sí por introducirse de noche en una propiedad privada “con fines desconocidos” los matan, sus familias recibirán un premio.
El hecho de que fuera un nicaragüense el actor central de esta tragicomedia no cambia nuestra percepción de los nicas. Tampoco influye el que ese pobre pueblo haya sido tan desafortunado en su elección de gobernantes (aquí el periódico nos prohibió generalizar el uso de la palabra corrupción) que ahora el más pobre sea el otrora más rico país de Centroamérica.
Tras medio siglo en manos de una familia de sátrapas que dejó una estela de muertes y desapariciones entre quienes osaron oponérsele, que convirtió a Nicaragua en una finca personal en la que ningún negocio podía darse sin su participación (gratuita por supuesto), y que invadió militarmente a Costa Rica en 1955 en cruzada que perdió, y un período de dictadura comunista que lo desnudó, ese país entró en un proceso democrático que no llegó nunca a madurar. Este lo condujo a gobiernos de igual talante, unos más inútiles ó descarados que otros, que lo han arruinado y le han causado una desocupación que a ratos llega al cincuenta por ciento de su fuerza laboral.
La dictadura sandinista, parte de esa nueva generación de políticos, causó una emigración hacia nuestro país que por su magnitud trajo fricciones con los costarricenses y puso desmedido peso sobre escuelas y hospitales. Emigración que no termina aún y que estuvo conformada tanto por personas que temían por su seguridad personal como por aquellas que vinieron en busca de una mejor calidad de vida. También vinieron delincuentes que se sumaron a los expertos criollos y le dieron a los costarricenses la falsa satisfacción de poder decir que eran nicas los que cometían los delitos.
Con el tiempo los costarricenses se han dado cuenta de que sus propios angelitos son tan capaces como el más pintado extranjero y que la mayoría de los nicaragüenses vinieron a llenar vacíos en la agricultura y la industria, en puestos que ya los locales no quieren desempeñar, ó a invertir en nuestro medio, todo en beneficio de la economía costarricense.
En lo personal hemos tenido la oportunidad de interactuar con nicas de todas las esferas socioeconómicas y podemos afirmar que la mayoría han sido personas buenas que se han ganado el derecho de vivir decorosamente en nuestro seno y de adoptar la ciudadanía, sí así lo desean. Recientemente la familia de un obrero nicaragüense elevó la vara donando su corazón para un transplante, lo que hizo que su dolor diera vida a otra persona.
No podemos olvidar que uno de los atributos más bellos de este país ha sido el dar acogida a los extranjeros perseguidos políticos ó desposeídos. Unos pocos bichos que nos han llegado de ultramar no son razón para que demos cabida a la xenofobia.
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