El tiempo que se fue
Leopoldo Barrionuevo [email protected] | Sábado 12 enero, 2008

El tiempo que se fue
Leopoldo Barrionuevo

El año calendario nos juega esa mala pasada que por repetida no sabemos cómo enfrentar, más allá de una serie de comentarios cursis que harían sonreír a un marciano: un año más y un año menos (vaya estupidez); se lo veía tan bien y ya lo ve tan quietecito, no somos nada Doña Quien sea; propuestas honestas sin propósito ni objetivo que te dejan postrado y en la lona como: esta vez sí voy a enfrentar la dieta, o el abandono del cigarrillo, o calentarme menos para vivir sin estreses…
Vaya, ilusiones de viejo pendejo que todavía se cree sus propias mentiras, nos decimos o lo peor, proclamamos: nunca me sentí tan bien como ahora (se ve que no tuviste 18 años nunca).
En esa filosofía barata y lacrimógena de mucho gilipollas suelto que no se cansa de invadirnos con sus tonterías y oraciones o con puro spams o lo peor, con frases de autoestímulo para desmotivar a un optimista, propietarios de dioses de entrecasa con los cuales prometen acompañarte en un mundo de soledades.
Quisiera no ser tildado de pesimista por lo que estoy escribiendo, a muchos les produce escozor estos temas realistas y prefieren el bullicio de su vacío interior, mientras la buena gente va desapareciendo de nuestro paisaje: este año perdí cuatro amigos y el pescado sin vender y aclaro que no recuerdo un año tan bueno de realizaciones y logros, lástima que el cuerpo no aguante.
Me acuerdo que a los 50 (lo conté en Mis Memorias que fue también una etapa, mi amigo Myke Wynne me dijo, cuando estábamos distanciados que a uno le costó 50 años descubrir que de 200 a 300 conocidos le quedaban menos de diez amigos que iban lentamente a desaparecer de nuestro paisaje, si vivías lo suficiente para verlo.
Bernardo Gozategui, Enrique Luque Carulla, Marquito Gutiérrez y otros a quienes salvó el gong entre quienes me cuento, junto con Fernando Tristán…
Fue cuando amenazó con obsequiarme con una botella de champagne que al fin me trajo de Chicago para que me la tomara la mañana que amaneciera sin dolores, es decir, nunca.
Aprendiendo a vivir se va la vida y así, ya me acostumbré a sacar la mano cuando alguien flaquea: no estoy dispuesto a perder otra cosa que mi vida, mirá qué poco me cuesta y mi vida vale un poquito más que mi orgullo, pero ya he vivido más de la cuenta para entender y perdonar, pero en especial, a pedir perdón para salvar el orgullo y la integridad de los otros.
Podés vivir en pareja para entonces, pero la soledad es tu desposada lo que no implica que dejes de amar con todo tu corazón a una persona.
Al fin y al cabo decía Oscar Wilde: “Es más fácil morir por la mujer que se ama, que vivir con ella”. La ventaja es que para entonces podés tener amigas.
Tal vez puedas encontrar alivio a la ausencia de tantos y comprendas que el amor no es otra cosa que la necesidad de otro u otra, pero no por mucho tiempo físico, la amistad es tu gran consuelo.
A un muchacho que le trajo más que una queja, un dolor: “Tengo una piedra en el alma porque siento que un amigo se alejó sin decirme por qué“, Don Atahualpa Yupanqui le respondió: "No sufras porque nunca fue tu amigo, un amigo jamás te hace daño, con razón o sin ella”.
www.leopoldobarrionuevo.com
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