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Fred Hoyle, el científico que bautizó al Big Bang sin quererlo y que probó que somos polvo de estrellas

BBC News Mundo - Redacción | Sábado 29 marzo, 2025


Retrato de Fred Hoyle en los años 50.
Getty Images
Fred Hoyle nació en 1915, el año en que Albert Einstein publicó su teoría general de la relatividad.

"Las palabras son como arpones", dijo el astrofísico y cosmólogo Fred Hoyle en una entrevista de 1995. "Una vez que penetran, es muy difícil sacarlas".

Se refería a dos de las centenares de palabras que había dicho durante una charla casi medio siglo antes.

En ese entonces, era uno de los científicos más famosos fuera de los círculos académicos por su genialidad para explicar lo fascinante pero difícil de comprender al público general.

Por ello, la BBC lo invitaba a menudo a hacer precisamente eso, y en 1949 anunció que presentaría un programa en el que "un astrofísico analiza las investigaciones recientes sobre el universo en expansión".

"El ponente, Fred Hoyle, es miembro del St. John College de Cambridge y profesor de matemáticas en la Universidad", agregaba.

Aquello de que el universo se estaba expandiendo ya había sido aceptado por la mayoría de los físicos.

La teoría general de la relatividad de Albert Einstein predijo el fenómeno.

Fascinado por las matemáticas de las fórmulas de la relatividad de Einstein, el sacerdote católico y físico belga Georges Lemaître descubrió que llevaban inexorablemente a la conclusión de que el universo estaba en expansión.

Independientemente, el matemático ruso Aleksandr Fridman hizo lo mismo.

Y en 1929 el astrónomo estadounidense Edwin Hubble lo corroboró, tras observar que la mayoría de las galaxias se alejaban rápidamente de la nuestra.

Así que esas "investigaciones recientes" de las que Hoyle iba a hablar no pondrían en duda ese hecho.

Pero, además de eso, ilustraría dos versiones de eternidad que se enfrentarían ferozmente durante décadas.

La gran explosión

Tras completar la teoría general de la relatividad, Einstein aplicó su nuevo planteo de la gravedad al universo.

En 1917 propuso un modelo conocido como el universo estático eterno de Einstein, y por más de una década, con poquísimas excepciones, el origen físico del universo no fue tema de conversación.

El mismo Einstein confirmó en 1929 que el espacio había existido eternamente cuando afirmó que "el continuo [espacio-tiempo] es infinito en su extensión temporal".

Pero para entonces, Lemaître ya había estado rumiando una idea novedosa.

Diagrama y foto de George Lemaître con Albert Einstein
Getty Images
"Cuando el universo era un átomo y el tiempo empezó", dice el diagrama que mostró el abad George Lemaître (al la der. con Albert Einstein) cuando explicó su teoría en el Observatorio Wilson en Pasadena, en 1933.

Si el universo se estaba volviendo más grande, en algún momento tuvo que haber sido más pequeño, dedujo.

Así que, si te proyectabas al pasado distante, llegarías al punto en el que toda esa inmensidad terminaría reducida a una masa muy, pero muy compacta y caliente.

Esa idea, que llamó "hypothèse de l'atome primitif" o hipótesis del átomo primitivo o primigenio, estalló en la escena científica en 1931.

Aunque se le dio cabida, en artículos de revistas científicas como Nature y en charlas en prestigiosos eventos, el concepto del "sacerdote científico", como lo describía la prensa, iba a contramano de las nociones de sus pares.

El problema principal era que suponía que el origen de todo era ese átomo y que, antes del instante en el que se empezó a expandir, no existía ni el tiempo ni el espacio.

Un universo con esa historia no sólo era finito, sino que para muchos científicos, incluido Einstein, tenía ecos de la idea de la creación divina.

Finito o eterno

El modelo de Lemaître, con ese objeto primordial altamente radiactivo y tan denso que comprendía toda la materia, el espacio y la energía del cosmos entero, y su explosión, con la que se formaron las estrellas, quedó en el aire.

Pero tuvo su impulso decisivo cuando en 1948 el astrofísico soviético-estadounidense George Gamow presentó su versión.

Ilustración imaginada del Big Bang
Getty Images
¿Una única colosal explosión o muchas, eternamente?

Desarrollada con su estudiante Ralph Alpher y su colega Robert Herman, planteaba que la creación del universo efectivamente había sido resultado de un destello de energía, a partir de un gas superdenso primordial.

Y que, en el fuego de esta erupción, los elementos químicos se cocinaron juntos a partir de partículas básicas "en menos tiempo del que se tarda en cocer un plato de pato y patatas asadas", según decía Gamow.

Crucialmente, llegaron a predecir que ese evento habría dejado una radiación de fondo en el universo.

Ese mismo año, Hoyle y sus amigos, el astrofísico Thomas Gold y el matemático Hermann Bondi postularon otra teoría.

Cuenta el sitio de la Universidad de Cambridge, donde los tres trabajaban, que dos años antes Hoyle, Bondi y Gold fueron a ver la clásica película de terror Dead of Night, en la que una pesadilla se repite.

Conversando después, Gold imaginó un filme cíclico que uno pudiera comenzar a ver en cualquier momento.

Luego especuló que quizás el universo era así, sin principio ni fin y tal vez, a medida que se expandía, se "reabastecía" con nueva materia.

El comentario echó raíces y los cálculos matemáticos de Hoyle indicaron que la materia podría crearse continuamente en el espacio y el tiempo.

Y si se estaba generando nueva materia en todas partes todo el tiempo, el universo tendría que expandirse para acomodarla.

La teoría del Estado Estacionario hablaba entonces de un universo infinito y eternamente creativo.

El gran estallido

Al año siguiente, Hoyle fue invitado a dar esa charla en la que pronunció aquellas palabras que comparó con arpones.

Tras explicar su teoría cosmológica, describió la opuesta.

"Esas teorías se basan en la hipótesis de que toda la materia en el universo fue creada en un gran estallido en un momento particular del pasado remoto".

Ese "gran estallido", en inglés, es un big bang.

Por supuesto, el físico no tenía ninguna intención de acuñar una frase para nombrar una idea en la que no creía y nunca creyó.

Pero tampoco escogió esos términos con el propósito de ridiculizarla, como muchos han afirmado desde entonces: ni siquiera a Lemaître, que era su amigo, o a Gamow les ofendió.

Era descriptiva, no despectiva.

Es más, el término big bang no hizo mucha mella.

Afiche vintage que dice Big Bang
Getty Images
Una frase inocente pero acertada que con el tiempo se popularizó, a pesar de que los expertos la consideraban inapropiada para un evento tan importante.

Apareció impresa por primera vez, poco después, en la revista The Listener de la BBC, que publicó el texto de esa charla, y al año siguiente en la transcripción de otra serie de charlas muy populares de Hoyle, pero él no volvió a mencionarlo hasta 1965.

Durante las dos décadas siguientes, la frase, aunque acogida por la prensa, fue ignorada en gran medida por los físicos y astrónomos, como constató el historiador de ciencia danés Helge Kragh.

Lemaître nunca lo usó y Gamow solo una vez en sus numerosas publicaciones sobre cosmología.

"No me gusta la palabra big bang; nunca la llamo big bang porque es una especie de cliché", le diría Gamow en 1968 al historiador de ciencia Charles Weiner, refiriéndose a su teoría.

"Yo la llamo régimen de radiación y metarégimen", precisó en esa entrevista conservada por el Instituto Estadounidense de Física.

La verdad es que el nombre de las hipótesis rivales era lo de menos.

El conflicto entre ambas convicciones era absoluto y suscitó por años fuertes sentimientos que llevaron a una de las divisiones científicas más amargas del siglo.

Aunque muchos científicos tomaron partido, Gamow y Hoyle se convirtieron en sus caras públicas.

Era la más significativa de las polémicas en las que Hoyle se vio involucrado, pero no la única: el científico tenía la costumbre de ser franco.

Tanto que algunos se han preguntado si, a pesar de sus contribuciones monumentales a la astrofísica y cosmología, esa franqueza le costó el Nobel.

Un destello de brillantez

Una de esas contribuciones monumentales fue resolver una gran incógnita: hasta entonces, nadie entendía cómo el universo creaba y construía los elementos químicos.

¿Recuerdan que Gamow había dicho que todos se cocinaron poco después del estallido "en menos tiempo del que se tarda en cocer un plato de pato y patatas asadas"?

Pues no precisamente.

El hidrógeno, el elemento más ligero, probablemente sí.

Pero las conjeturas de Gamow no explicaban la formación de elementos más pesados.

Imagen de Cassiopeia A, remanente de una estrella masiva que murió en una violenta explosión de supernova hace 325 años.
Getty Images
En 1957, Hoyle y su equipo mostraron cómo las estrellas, en sus espectaculares últimos momentos que culminan en explosiones de supernova, crean elementos que luego son expulsados ​​al universo. (Imagen de Cassiopeia A, remanente de una estrella masiva que murió en una violenta explosión de supernova hace 325 años).

Hoyle demostró que todos los elementos que componen nuestro mundo se cocen dentro de las estrellas desde siempre.

Había desarrollado la idea de la nucleosíntesis.

Sostenía que en el interior de las estrellas, bajo presiones y temperaturas colosales, los núcleos de hidrógeno se fusionaron para formar núcleos de helio.

Estos luego se combinaron para formar berilio y así sucesivamente hasta que se crearon carbono, oxígeno, hierro, silicio y otros elementos pesados.

Era una idea brillante, pero sólo funcionaba si, en el interior de las estrellas, el carbono existía en un estado muy especial que nunca antes había sido observado.

No obstante, dedujo que tenía que existir, pues de otra manera no habría carbono en el universo y sin él, no habría vida.

Resultó que tenía razón: con la ayuda del físico estadounidense William Fowler, Hoyle lo encontró.

Superado ese obstáculo, siguió con elementos cada vez más pesados que se forjan en el interior de las estrellas hasta llegar al hierro.

Pero para los aún más pesados se necesitaba algo más: grandes explosiones estelares llamadas supernovas.

Con ellas, todo ese material enriquecido era lanzado al espacio, donde más tarde se solidificaban para formar asteroides, planetas, aire, agua... y seres humanos.

Así que, efectiva y literalmente, somos polvo de estrellas.

"Es totalmente cierto al 100%: casi todos los elementos del cuerpo humano se crearon en una estrella y muchos de ellos provienen de varias supernovas", confirma el científico planetario y experto en polvo de estrellas, el Dr. Ashley King.

¿Y el Big Bang?

La nucleosíntesis era un componente clave de la teoría del Estado Estacionario: no había habido solamente un gran estallido, sino innumerables desde y hasta siempre.

Pero con el tiempo la comunidad científica, Einstein incluido, había ido reconociendo la validez de la hipótesis de Lemaître, a quien le otorgaron muchos honores.

Y en 1964, un descubrimiento clave puso fin al duelo de teorías.

Los astrónomos Arno Penzias y Robert Wilson detectaron el resplandor de radiofrecuencia del cielo que se conocería como radiación cósmica de microondas.

Eso significaba que, como anunció The New York Times el 21 de mayo de 1965 en primera página: "Las señales implican un universo de Big Bang".

Robert W. Wilson y Arno A. Penzias de los Laboratorios Bell frente a la sensible antena utilizada para realizar investigaciones en radioastronomía y comunicaciones por satélite.
Getty Images
Arno Penzias y Robert Wilson (quien defendía en la teoría del Estado Estacionario) reivindicaron la teoría del Big Bang y compartieron el Nobel de Física de 1978.

La batalla había terminado, pero tomó tiempo para que los científicos se sintieran cómodos con ese nombre para la teoría triunfadora.

Era "una etiqueta muy poco digna para el evento más grandioso y misterioso en la historia del universo, el comienzo definitivo de todo", señala Kragh.

A pesar de que el inapropiado término se arraigó en la literatura y en el habla común en muchos idiomas, en 1993 la revista astronómica Sky and Telescope organizó un concurso para cambiarlo.

El panel de jueces, que incluyó al astrónomo Carl Sagan, consideró 13.099 sugerencias de 41 países... y decidió que ninguna era digna de suplantar al Big Bang.

Y esa no fue la única impronta de Hoyle en la teoría a la que se opuso.

Irónicamente, su descubrimiento de la nucleosíntesis se incorporó más tarde a la teoría del Big Bang, reforzándola.

Creativo y controvertido

En 1983, a Fowler lo galardonaron con el premio Nobel de Física por sus investigaciones que habían ayudado a revelar el origen estelar de los elementos de los que está hecho el universo.

Lo compartió con otro eminente científico... que no era Hoyle.

La decisión dejó atónitos a Fowler y a muchos otros.

Retrato de Hoyle
Getty Images
Hizo contribuciones cruciales a la cosmología, mientras escribía novelas y escalaba 280 picos en Escocia, pero también se aventuró a territorios menos ortodoxos, hablando de enfermedades provenientes del espacio y de panspermia (su propuesta de que el polvo espacial interestelar está compuesto en gran parte de bacterias).

¿Sería porque Hoyle tendía a expresar sus opiniones sin recato, ofendiendo a varios de sus colegas e incluso, en ocasiones, a la misma Academia Sueca de Ciencias?

Cuando al radioastrónomo Antony Hewish le otorgaron un Nobel por el descubrimiento del primer púlsar en 1974, por ejemplo, Hoyle cuestionó que Jocelyn Bell, quien lo detectó, no compartiera el honor.

¿O sería porque los Nobel no se conceden por un trabajo, sino como reconocimiento a la reputación general de un científico?

Hoyle no sólo nunca se retractó respecto a la teoría del Big Bang, sino que había empezado a promulgar la hipótesis de que la vida debía ser una ocurrencia frecuente en el universo.

Y que las moléculas primigenias a partir de las cuales evolucionó la vida en la Tierra habían sido transportadas desde otras partes del cosmos.

La idea no era necesariamente absurda para la comunidad científica; de hecho, se le cuenta como pionero de la astrobiología.

Pero Hoyle fue más allá, argumentando que varias epidemias estaban asociadas con el paso de meteoritos, cuyas partículas transportaban virus a la Tierra.

Esa idea fue descartada como ficticia, más afín con la obra de Hoyle como escritor de 19 novelas de ciencia ficción (además de obras de teatro, guiones para televisión y hasta una ópera).

Cuando murió en 2001, los obituarios lo describieron como "el hombre más imaginativo de todos", uno de los científicos "más distinguidos y controvertidos", "más creativos y provocadores", "más originales y prolíficos"...

Pero hoy se le recuerda más como el hombre que le dio el nombre a una teoría que jamás aceptó: Big Bang, uno de los neologismos científicos más exitosos de todos los tiempos.

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