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Fundamentalismo religioso y política

Arnoldo Mora [email protected] | Viernes 26 enero, 2018


Fundamentalismo religioso y política

La más reciente encuesta, llevada a cabo por especialistas de la Universidad de Costa Rica, ha causado preocupación y ansiedad en amplios sectores políticos del país; aunque no debería causar tanta sorpresa, si repasamos la historia de este país y analizamos las circunstancias en las que se ha llevado a cabo la actual campaña electoral. En cuanto a lo primero, nadie puede ignorar el papel protagónico que ha jugado la religión y, en concreto, la Iglesia Católica en la conformación de la identidad nacional con sus implicaciones políticas; hasta el punto de que el reconocido historiador costarricense Carlos Meléndez me decía que él consideraba que el real fundador de lo que hoy es Costa Rica (el fundador formal o legal fue Vázquez de Coronado) fue el Padre Estrada Rávago. El papel de los frailes franciscanos del convento de Orosi durante el período colonial, ha sido reiteradamente reconocido por los historiadores. En esa época el mayor peligro a la estabilidad política y a la paz fueron las invasiones de los piratas ingleses; para enfrentarlos, el factor ideológico que unió a los escasos habitantes de la provincia fue el culto a la Virgen de Ujarrás, que se convirtió en un arma más poderosa que la débil presencia militar de la Corona Española. Durante la Guerra Patria (1856) los mensajes de Mons. Llorente y La Fuente fueron fundamentales para inspirar el fervor patriótico de los soldados liderados por D. Juanito Mora, a pesar de que obispo y presidente eran políticamente adversarios. La decisiva influencia de Mons. Sanabria en las reformas sociales de 1943 ha sido ampliamente documentada.

Sin embargo, también ha habido serios enfrentamientos a finales del siglo XIX entre clérigos y políticos liberales. Las heridas dejadas por esta refriega aún perduran. Durante la recta final de la actual campaña electoral, este enfrentamiento se ha recrudecido y por la misma razón: el papel de la religión en la enseñanza pública. Como se dio cuando los liberales lograron impulsar una reforma educativa que fue decisiva para alfabetizar a la población. Por eso no nos ha de extrañar que esta vieja querella haya estado como trasfondo de la actitud de la jerarquía católica de rechazo de las guías de educación sexual del Ministerio de Educación. Lo novedoso de la actual situación es que la Iglesia Católica ha buscado el apoyo de la que hasta no hace mucho ella consideraba su mayor enemigo: las sectas evangélicas. Pero el enfrentamiento ahora es más amplio y reviste preocupantes aristas, dada la inspiración ideológica de tinte fundamentalista que reviste esta posición y que proviene de los movimientos evangélicos del Sur de los Estados Unidos, caracterizados por su fanatismo retrógrado. Esto nos explica la oposición a la supresión del obsoleto artículo 75 de la Constitución Política que establece el carácter confesional del Estado costarricense. La educación religiosa de inspiración católica en escuelas y colegios públicos es financiada con los impuestos de todos los costarricenses. Ese enfrentamiento va aún más lejos. Tanto la Iglesia Católica como las confesiones religiosas de origen evangélico, se han opuesto ferozmente a aceptar el fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que aprueba la fecundación in vitro y el matrimonio igualitario entre parejas del mismo sexo.

Todo lo cual ha provocado que las calles de nuestra capital hayan sido ocupadas en esta campaña, no por multitudes manifestando bulliciosamente su apoyo a los partidos políticos y a su candidatos, como sucedía tradicionalmente, sino a quienes apoyan a las organizaciones religiosas o a quienes las adversan. Da la impresión de que se está a las puertas de una guerra de religión, como si hubiéramos vuelto a la época de las guerras de religión que caracterizaron los inicios de la modernidad y que abarcó a todo el mundo occidental. Por desgracia, este ominoso fenómeno se ha dado en múltiples rincones del planeta después del fin de la Guerra Fría; las Naciones Unidas hablan del estallido de más de siete guerras de religión. América Latina, considerada tradicionalmente como la gran reserva del catolicismo en el mundo luego de que Europa ha venido descristianizándose después de la II Guerra Mundial, está aceleradamente dejando de ser culturalmente católica, como lo muestra el hecho de que más de un 20% de sus habitantes hoy pertenece a movimientos evangélicos de inspiración pentecostal. Seguidores suyos han llegado a ser jefes de Estado en países vecinos como Guatemala. La ideología pseudoteológica fuertemente opuesta al pensamiento científico moderno, atenta igualmente contra los principios fundamentales del republicanismo, que dieron origen a las democracias liberales de Occidente y que constituyen la herencia más preciosa de las dos grandes revoluciones que dieron nacimiento a la Edad Contemporánea: la guerra de independencia de Estados Unidos (1776) y la Revolución Francesa (1789).

En Costa Rica, los políticos liberales forjaron el Estado nacional durante el siglo XIX e inicios del XX inspirados en esas ideas. Este legado filosófico también impregna nuestra actual Constitución de 1949 que, en más de un 80%, se inspira en la de 1871. Por eso y para ser consecuentes con ese espíritu liberal democrático que ha dado estabilidad política a nuestro país y propiciado condiciones ideales para promover una convivencia pacífica entre sus ciudadanos, lo más conveniente es que el nuevo gobierno —Legislativo y Ejecutivo— promueva la supresión del artículo 75 de la actual Constitución y establezca el carácter laico del Estado, tal como se da en todos los estados modernos. De manera particular, la Iglesia Católica no debe aliarse con las sectas fundamentalistas sino aplicar lo estipulado por el Concilio Vaticano II en materia de laicidad del Estado y de acercamiento ecuménico con las iglesias históricas surgidas como consecuencia de la Reforma, tal como lo ha promovido el Papa Francisco. Con ello la Iglesia Católica contribuirá efectivamente a crear una laicidad equilibrada, en que se respeten las creencias o convicciones de todos los ciudadanos sin ninguna diferencia de ninguna especie, pero promoviendo la justicia social como base para lograr una paz estable en una sociedad civilizada. Un retroceso al oscurantismo anticientífico, como lo promueven los movimientos fundamentalistas, contribuye tan solo a crear el caldo de cultivo de la violencia, lo cual no es más que la negación de los mejores valores espirituales inspirados en las enseñanzas del Sermón de la Montaña.

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