Intolerancia
Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 17 julio, 2013

Será imposible construir un mundo mejor con monseñores, senadores y ciudadanos pensando en el mundo a su única y exclusiva medida
Hablando Claro
Intolerancia
Al destapar el estuche en el que guarda sus profundas contradicciones revestidas de verdades absolutas —en una reveladora entrevista de la colega Irene Fornaguela— Monseñor Hugo Barrantes nos dio una lección de lo que no es el amor al prójimo.
El Obispo tiene carisma. Lo asegura él mismo. Pero además se precia de tener talentos para escuchar, dialogar y acercar. No obstante, como es del campo —dice— siente una grosería que le revuelve la panza (eso lo digo yo) cuando piensa en cosas que yo particularmente no me pongo a pensar cada vez que veo, converso, me acerco y dialogo con mis congéneres humanos de cualquier identidad sexual.
Más explícita aún: cuando intento actuar en consecuencia con mis valores respecto de la raza humana y hablo, dialogo y me acerco a los demás, no se me ocurre pensar en el sujeto o la persona frente a mí “teniendo relaciones”, como le sucede “en la mente” a Monseñor Barrantes cada que piensa en los homosexuales.
No. Yo simplemente me acerco con mis opiniones, mis ideas y mis sentimientos, para hablar y conocer al otro, para conocer y entender sus ideas, opiniones y sentimientos. Cuando me va bien, después de conocidos, hago amigos. Cuando me va aún mejor, cosecho afectos, establezco relaciones duraderas que son verdaderos remansos de quietud y gratificación en las agitadas aguas de la vida.
Para Monseñor Barrantes, que ahora con el retiro nos advierte acerca de sus pretensiones de llegar a tener un programa de radio o tal vez incorporarse a la pastoral social de su pueblo (Te lo pedimos Señor. Lo segundo, claro está) ser homosexual es equivalente a robar o matar.
Para el Arzobispo de San José, cuando en el seminario de su iglesia hay “uno jugando de manos con otro muy cariñosito y en vacaciones solo con monaguillos” por supuesto se trata de un infiltrado. Uno —dice él— que se ha “colado” en las huestes eclesiales.
Solo así, en los enredos de su mente cabe la peor parte de la entrevista-confesión del prelado. En su afán maniqueo, Monseñor Barrantes homologa la orientación heterosexual de una porción del género humano, con la abominable práctica de la pedofilia; desviación contra la que hasta el Papa Francisco legisla hoy contundente y sin tapujos.
Claro que alguien me dirá que es rescatable de la confesión de monseñor que haya deslizado su admiración por la inteligencia y educación de las lesbianas, lo que al traducirlo de su mente, imagino yo, debe ser su congratulación al imaginar...
Elucubraciones aparte, lo cierto y real es que tan repudiables y peligrosas son hoy para nuestra sociedad las externadas convicciones de Barrantes, como lo son para la sociedad italiana las homofóbicas manifestaciones de un senador de ultraderecha que para referirse a la Ministra de Integración de su país, habló de “orangután” en alusión al color de su piel y los rasgos de su fisonomía.
En definitiva, será imposible construir un mundo mejor con monseñores, senadores y ciudadanos pensando en el mundo a su única y exclusiva medida. Es decir, un mundo donde siga prevaliendo la exclusión de cualquier tipo.
Vilma Ibarra
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