La deserción escolar
Carlos Denton [email protected] | Miércoles 12 noviembre, 2008
Carlos Denton
Recientemente he tenido el privilegio de conocer varios adultos jóvenes trabajadores que provienen de hogares de clase media, y que abandonaron sus estudios después del noveno año. Los que tuve el gusto de conocer no tienen vicios, ni son haraganes; parecen ser inteligentes, no tienen problemas económicos en el hogar que obligarían a dejar de estudiar, y sin excepción manifiestan el interés de continuar estudiando en el futuro “si las condiciones en los colegios mejoran”.
Los datos oficiales confirman que la deserción escolar es uno de los desafíos más importantes que enfrenta el sistema educativo público, y para un país que está buscando una inserción en el mundo globalizado, donde la competencia ostenta fuerzas laborales con niveles educativos bastante superiores al costarricense (ejemplos son Irlanda y Singapur), es urgente tomar medidas para que los jóvenes terminen sus estudios. Los educandos que logran completar con éxito nueve años de estudios tienen la capacidad académica para completar los que faltan; se necesita saber lo que les incita a tomar una decisión tan radical cuando están tan cerca de obtener sus diplomas. Es precisamente en el III Ciclo donde hay más deserción (13,2% entre estudiantes diurnos y 28,9% entre los nocturnos.)
Después de indagar un poco más con los jóvenes desertores, descubrí tres hilos similares en las historias que estos cuentan. Primero, hablan de docentes poco preparados, desmotivados y que muestran poco interés en los pupilos puestos en sus manos. Segundo, mencionan hacinamiento en las aulas, en los pasillos y en los baños y un ambiente físico generalmente desagradable. Tercero, citan el problema de seguridad, de acoso, de violencia y de drogas que existe en los alrededores de los centros educativos y que con frecuencia llega a las aulas mismas.
El problema de la seguridad en los colegios es una manifestación más de lo que está pasando en la sociedad en general —un país pacífico con una población motivada por más de un siglo de educación pública y gratuita, está viendo a las futuras generaciones amenazadas por la bestialidad que acompaña a la droga y la violencia. Esto está fuera de las manos del Ministerio de Educación y de los docentes, que también viven amenazados por la situación en algunos de los colegios de la aglomeración metropolitana.
Seguramente hay comisiones dentro del Ministerio de Educación Pública que trabajan para resolver algunos de los problemas citados. Comenzar a recetar soluciones desde una columna pequeña como esta sería caer en la frivolidad y en un acto de soberbia. Lo que sí es definitivo es que el problema no puede delimitarse como uno exclusivamente del ministerio rector del sistema educativo nacional. Tienen que tomar interés en este reto al futuro del país, líderes del sector productivo y de la sociedad civil. Ojalá que alguno de los que aspiran a ocupar la presidencia en 2010 pueda comprometerse a buscar e implementar soluciones reales para que la próxima generación pueda tener mayor oportunidad de formarse.
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