La mentalidad del migrante
Carlos Denton [email protected] | Miércoles 07 mayo, 2008
Carlos Denton
El ser humano racionaliza sus actos transcendentales, y el que deja atrás su familia y su tierra natal para buscar una vida nueva en patria ajena, sigue ciertos patrones que buscan darle confort en los momentos de duda. Normalmente son dos los principales patrones.
Una gran racionalización común implica elevar el país de origen a niveles de gloria no conocidos por los que aún viven allí, y mantener la esperanza de “regresar algún día”.
En el Valle de El General y en Los Santos se pueden ver casas grandes construidas por emigrantes costarricenses que planean volver “después de acumular un capital” o “al pensionarse”. Posiblemente no lo hacen, pero durante toda su vida mantienen esa ilusión sobre un posible regreso.
En un pueblo de Nueva Jersey abundan los colores de Saprissa y de La Liga, se consigue una cerveza Imperial por cinco dólares, y hay una pulpería (así llamada) que vende todo tipo de productos ticos a precios altos, como antídoto para los que sufren mal de patria. Escuchan música de conjuntos nacionales y celebran el 11 de abril y el 15 de setiembre. Allí las conversaciones giran alrededor de los lindos momentos que vivieron los desterrados cuando estudiaron en el “cole”, cuando paseaban en “el Puerto” y cuando celebraban el cumpleaños de algún familiar.
La otra gran racionalización implica tomar la posición opuesta, y hablar de “la salvada” que se dio el emigrante al salir de su país que “está mal,” que se encuentra en manos de políticos malévolos, y que no ofrece oportunidad a los más talentosos. Estos justifican su destierro por lo mal que están sus parientes que quedaron atrás, y posiblemente mandan remesas a estos para ayudarles. Regresan de visita a su país de origen ocasionalmente y llegan en su mejor ropa, cargados de regalos para todos los familiares. Durante su visita, su temario siempre es lo “bien que están las cosas allá”, y es posible que inciten a otros familiares a seguir su ejemplo y que pasen a vivir en el país “de oportunidades”.
Los latinos que viven en Miami, que en su mayoría no son costarricenses, tienden a racionalizar su destierro de la segunda manera expuesta. No solo los cubanos, sino también los nicaragüenses, hondureños, dominicanos y otros similares mantienen el punto de vista de que se “salvaron” al salir de su país de origen. Existe cierta nostalgia entre algunos, pero la norma es lo contrario. Se nota un nivel de resentimiento en esa ciudad de Florida hacia los latinos que viven en sus propios países, y que llegan de vacaciones o por razones de trabajo. El emigrante que percibe que “se salvó” y ahora se encuentra frente a un latino que está contento en su país de origen y que “le va bien”, está mirando una contradicción a toda la racionalización que ha montado para justificar su destierro.
Los hispanos que se nacionalizan estadounidenses y que toman posiciones en el gobierno, por ejemplo como inspectores de inmigración, policías de frontera, o inspectores de aduana, son los más “resentidos” y más “superpatriotas estadounidenses” cuando se enfrentan a visitantes hispanos, y las historias de maltrato en el aeropuerto de Miami en ciertas situaciones abundan. Lo último que un latino de nivel profesional debe hacer es admitir que no se educó adecuadamente, y que no habla inglés, porque es ponerse en manos de este tipo de burócratas.
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