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COLUMNISTAS


La política después del COVID-19

Miguel Angel Rodríguez [email protected] | Lunes 01 junio, 2020


¿Cuál será el futuro de la democracia?, es una de las muchas incógnitas que nos ha “regalado” esta pandemia.

Sabemos que después de sus impresionantes progresos en la última década del siglo pasado y a inicios de este, el aprecio por la democracia, y el respeto por el estado de derecho se vienen deteriorando.

En la década de 1980 solo había tres democracias en América Latina: Colombia, Costa Rica y Venezuela. Con la ola democrática de esos años al cambio de siglo solo Cuba no era democrática. En el año 2000 un 60% de los encuestados por Latinobarómetro consideraba que la democracia es la mejor forma de gobierno posible. En la ultima encuesta solo un 48% piensa así. Igual ocurre con estudios de opinión de EEUU y de naciones europeas. La pérdida del vigor democrático se ha dado no solo en las respuestas de los ciudadanos en las encuestas de opinión pública, sino también en su vigencia en diversos países. Freedom House en su último reporte señala que 2019 fue el decimocuarto año consecutivo de disminución de la libertad en el mundo. Brexit en Europa y resultados electorales en ese continente y en América confirman la ascendencia de diversas manifestaciones de democracia iliberal y de liberalismo antidemocrático, basados en falsedades.

En el campo económico la gran preocupación para el día después del virus SARS-CoV-2 es que se vayan a acelerar las tendencias negativas que vivimos después de la Gran Recesión: un crecimiento del comercio internacional menor al de la producción mundial; una disminución de la tasa de crecimiento del PIB a pesar de la continuidad de grandes cambios tecnológicos, que incluso ha despertado el debate entre los economistas sobre si estamos ante un nuevo paradigma de un crecimiento secular mucho menor al experimentado entre el final de la II Guerra Mundial y la Gran Recesión; un giro hacia la desglobalización y hacia alejarse del comercio basado en normas y acuerdos multinacionales; el efecto en el futuro económico de una mayor proporción de la economía mundial sumida en la trampa de los ingresos medios; el incremento de la desigualdad. El fortalecimiento de esas tendencias negativas haría mucho más difícil recuperarse del empobrecimiento que está creando el COVID-19.

¿Debe la preocupación ser similar en el campo político? ¿La dura experiencia de sufrir esta pandemia fortalecerá la deriva estatista, nacionalista, populista?

Hoy se agigantan la incertidumbre, el miedo y la mentira.

Nuestra ignorancia sobre esta enfermedad desencadena la incertidumbre cuya consecuencia es el miedo. La facilidad de su contagio, su letalidad, su alta demanda de respiradores y de acceso a cuidados intensivos cuando se acelera su contagio, la visión de muerte, ataúdes, entierros nos aterra. Y el miedo, esa necesaria reacción que nos señala un peligro, nos hace buscar la protección en nuestros núcleos más inmediatos. Necesitamos ser apapachados. Recurrimos a la familia, a la comunidad, a la nación. Los estados nacionales -salvo la excepción de algunos gobernantes irresponsables- encabezan la necesaria reacción para protegernos de esta gran amenaza, y su estatus se fortalece y ensalza. Y como señaló el escritor y columnista español Javier Cercas en una entrevista con la BBC “del miedo surge el nacionalismo por la falsa creencia de que los lazos irracionales de la sangre protegen más que los lazos racionales de la ciudadanía”.

En mis palabras, el miedo lleva a que la mentira estatista, nacionalista, populista de quienes se proclaman los únicos salvadores, sea más poderosa que la verdad del valor demostrado por nuestras instituciones para enfrentar retos y dificultades. Sabemos que, con el extraordinario aumento de las posibilidades de comunicación, la mentira se propaga con mayor rapidez y profundidad que la verdad.

Si ya se veían fortaleciendo las peligrosas corrientes estatistas, nacionalistas y populistas antes del COVID-19, ¿el miedo guiará con mayor ímpetu a las naciones en esas nefastas direcciones?

La democracia es el reconocimiento de la imperfección. Es la forma de tomar decisiones sabiendo que no son perfectas, admitiendo que no lo son, discutiendo sus pros y sus contras. Aceptando que podemos estar equivocados y que quienes proponen otras soluciones pueden tener razón. La democracia requiere una discusión inteligente para tomar luego decisiones por una mayoría limitada por las normas del estado de derecho. Para prevalecer, la democracia depende de una cultura que acepte que lo imperfecto se puede ir perfeccionando, siempre se puede perfeccionar, y que se cometen errores. Lo opuesto, es la dictadura del perfecto, la dictadura inmóvil, estática, porque ya llegó a su culminación. Pero es mentira. Ya Aristóteles nos señaló que la democracia como mandato siempre perfecto y absoluto, sin limitaciones, de la mayoría conducía a la perversión de la demagogia.

Si los pueblos empujados por el miedo huyen de la democracia en busca de la seguridad que les ofrecen supuestos mesías capaces de la perfección, arriesgan caer en el despotismo de los estatismos populistas y nacionalistas o en el estatismo socialista con vocación de dominio universal. Fascismo o comunismo. Después del fracaso del comunismo real en la Unión Soviética y en China, hoy el peligro radica en los populismos del estatismo nacionalista y del estatismo socialista del Siglo XXI, y en la tentación del capitalismo de estado.

Los catastróficos resultados de huir hacia la mentira del perfecto estatismo nos los muestran hoy en nuestros lares Cuba, Venezuela, Nicaragua. Sus posibles más inhumanos resultados nos los recuerdan los horrores de la II Guerra Mundial y las acciones sanguinarias de los estatismos nacionalistas de distintas denominaciones en la Europa de los años 30 y 40 (nacionalsocialismo alemán, fascismo italiano, falangismo español, estado corporativo de Austria, la legión de Rumanía, el Zveno de Bulgaria, el fascismo griego, los movimientos verdes de Hungría) y de los estatismos socialistas (soviético, chino, norcoreano, camboyano, etíope, mozambiqueño).

¿Qué nos espera en Costa Rica? No creo en leer las cartas, ni en el horóscopo, ni en adivinos, pero me atrevo a especular.

Desde finales del siglo pasado venimos viviendo un intenso cambio político. Salimos del bipartidismo sin construir una nueva constitucionalidad más adaptada al multipartidismo. Mis propuestas de los ochenta para cambiar la forma de elegir diputados mezclando circunscripciones legislativas y lista nacional y de 2001 para migrar a un sistema semi parlamentario, puede que no sean la solución, pero ni siquiera merecieron discusión.

Desde las elecciones del 2002 el tema de debate electoral fue la “antipolítica” del PAC, el partido de los impolutos frente a los corruptos que eran todos los demás. Fuera de esa confrontación, desde 2006 hechos circunstanciales han sido clave para determinar los resultados electorales, disminuyendo la importancia de las propuestas electorales. Por ejemplo, en ese año la persecución contra el Expresidente Calderón Fournier y contra mí, y en los pasados comicios, en la primera vuelta la opinión de la Corte Interamericana de Derechos Humanos convenientemente publicada 15 días antes de las elecciones, y en la segunda vuelta los ataques del profeta guía evangélico de uno de los candidatos contra la Patrona de Costa Rica, la Virgen de los Ángeles.

Y durante ese período la confianza de los costarricenses en la democracia se había venido deteriorando según las diferentes investigaciones de opinión pública.

Con el empuje en el mundo posCOVID-19 en favor de los estatismos, del nacionalismo y del populismo con sus mentirosas “soluciones perfectas” ¿cuál será el futuro político de nuestra nación?

Debe alegrarnos que ante la pandemia en Costa Rica el aprecio de los ciudadanos por la democracia ha aumentado.

Merecidamente la imagen del Sr Presidente Alvarado y de su gobierno del PAC con apoyo de dirigentes de otros partidos se ha fortalecido notablemente por la muy buena conducción de la lucha contra el virus SARS-CoV-2. Pero no hay claridad en cuanto al derrotero económico, ni siquiera se sabe si propondrán las medidas de cambio estructural y reforma del aparato burocrático necesarias para poder enfrentar la grave situación económica que tendremos en 2021 y 2022, y los recientes cambios en el gabinete oscurecen más el panorama.

¿Tendrán algún chance las opciones socialcristiana y socialdemócrata de triunfar en los comicios de 2022? O, ¿se dará una tercera victoria de un PAC más radical por las corrientes políticas que posiblemente imperen en el mundo para esa elección?

A pesar de su éxito frente a la pandemia, el PAC enfrentará la difícil, muy difícil, situación económica y social del país en 2021 y 2022 y llegará a los comicios con una población votante muy empobrecida durante sus dos gestiones. Lo más grave, si actúa en busca del bien común y asume los cambios profundos necesarios para salvar las dificultades de financiar el gobierno sin hundir más la producción afectará el apoyo de sus bases tradicionales, y si no lo hace caerá o estará el país al borde de caer en una profunda crisis financiera mucho más grave que la de los ochenta.

El PLN lleva ventaja por el mayor apoyo popular que retiene, tal como lo demostró en las elecciones municipales. Pero lo limitan las luchas internas entre líderes tradicionales, y entre ellos y nuevos actores políticos exitosos en sus actividades resientes. Y a pesar del paso de los años persiste la división interna que se origina desde la crisis de los ochenta entre los grupos reminiscentes de su estatismo de antaño, y los que promueven una vía más capitalista. Las elecciones de 2014 y 2018 hicieron evidentes sus dificultades para obtener un apoyo mayoritario de la población.

El PUSC viene creciendo desde las elecciones de 2014, pero a mi modo de ver no ha sabido responder a la difícil situación política de ser simultáneamente gobierno (por la participación de su candidato presidencial de 2018 y otros dirigentes en el gabinete) y oposición (por tener elementos doctrinarios y programáticos muy distintos a muchos del PAC). Además, no se ha dado la integración del socialcristianismo hoy dividido, ni su posible coalición con otros movimientos de centro y centro derecha que en el pasado señalaron sus triunfos electorales. Como si eso fuera poco la forma de elegir candidatos a diputados directamente por los órganos provinciales debilita los liderazgos y una visión unitaria de los problemas nacionales.

Los partidos evangélicos están de nuevo divididos, el ejercicio de sus tareas legislativas ha deteriorado el aprecio que de ellos tiene la ciudadanía y han mostrado sus carencias programáticas.

La izquierda y los movimientos liberales ortodoxos son manifestaciones sin vocación de gobierno, para la cual deberían conformar coaliciones con posibilidad de ser mayoritarias. Su apego a un cuadro de valores y propuestas muy estricto y cerrado les limita la posibilidad de integrar intereses diversos que puedan conformar una mayoría electoral, por muy respetables y congruentes que consideren su propuesta.

En ese cuadro puede surgir una alternativa populista, basada en la mentira, que es el mayor peligro para la democracia y el bienestar de los ciudadanos.

A ningún movimiento político le será fácil evitarlo.

El destino del país lo determinarán el patriotismo y la habilidad con que se desempeñen los conductores políticos. Se requiere que los partidos políticos y los representantes de intereses sectoriales enfrenten los problemas nacionales con el realismo inteligente que ha venido señalando el Sr Presidente del Banco Central. Se requiere visión y desprendimiento de los conductores de los partidos políticos para ofrecer alternativas creíbles, con capacidad de gobernar y atractivas a los votantes en tan difíciles circunstancias.

Los años ochenta mostraron que el electorado costarricense en tiempos de crisis sabe distinguir el grano de la paja. En ese período el PUSC tuvo su mayor crecimiento que lo proyectó a tres triunfos en los siguientes cuatro procesos electorales, con su actitud patriótica de apoyar las soluciones necesarias para enfrentar la crisis financiera, aunque fuesen impopulares.

¿Sabrá alguno de los partidos políticos en los siguientes dos años estar a la altura de las circunstancias?


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