La vida del viajero frecuente
Carlos Denton [email protected] | Miércoles 19 enero, 2011
La vida del viajero frecuente
Se puede distinguir a los viajeros frecuentes en las salas de abordaje de los aeropuertos. Muchos esperan de pie, próximos a la puerta de embarque, sus equipajes de mano cerca, mientras que revisan sus correos electrónicos. Son los primeros en abordar porque han ganado el derecho a hacerlo con algún programa de acumulación de millas.
Precisamente quieren llegar a bordo primero porque saben que se agota el espacio para el equipaje de mano; una de las reglas conocidas por todos es que nunca se factura el equipaje para ser remitido a la bodega del avión.
El “chequear” equipaje implica una espera en el aeropuerto de llegada de 20 a 30 minutos, y para alguien que realiza un mínimo de 90 segmentos (si no sabe qué es un segmento esta columna no es para usted) perder 30 minutos en todos implicaría desperdiciar una semana de trabajo al año.
El viajero frecuente siempre pide asiento de pasillo; ya sabe que no hay nada para ver por la ventana cuando el avión está volando a 10 mil metros sobre el mar; estar en esos asientos permite salir más rápidamente al llegar al destino.
Todo lo que hace está diseñado para ahorrar tiempo. No está viajando por turismo y mientras que el vuelo opere según itinerario, casi cualquier otra cosa es soportable.
Sabe que la calidad del alimento no va a ser muy buena; este viajero conoce que para clase ejecutiva las aerolíneas invierten $2,50 por pasajero en la comida, y en lo que se llama coloquialmente “la cabina principal” menos de un dólar. Muchas cárceles invierten más para alimentar a sus recluidos. No importa la comida porque lo que quiere el viajero frecuente es llegar en itinerario; ¡nada más!
No funciona el sistema de “entrenamiento a bordo”. Tampoco importa porque el frecuente necesita revisar documentos, preparar informes o ver el periódico. Eso sí, si quiere ver el diario tendrá que comprarlo antes, porque desde hace tiempo las aerolíneas dejaron de comprarlos y repartirlos.
No reclina el asiento, o se echa para atrás solo. ¡No importa! El viaje es corto y se puede aguantar. Que la compañía no se molestó en limpiar las mesitas donde se colocan la comida y las bebidas y la que le tocó está cubierta de algo que parece melaza, pero huele feo. ¡No importa! El frecuente pide un trapo al tripulante y trata de limpiarlo para que no se pegue al traje que tiene que usar los próximos dos días.
El viajero frecuente llena un pasaporte con sellos cada 12 a 16 meses y pasa rogándoles a los inspectores de migración que “no estrenen páginas”. Está agradecido que en Centroamérica todos los países excepto Nicaragua han eliminado la rúbrica de salida, y pregunta por qué hay que sellar el pasaporte de un ciudadano del país de su nacionalidad cuando entra. Por ejemplo, ¿por qué hay que sellar el pasaporte de un tico cuando entra a su país? Los estadounidenses y europeos no lo exigen a sus ciudadanos.
El sello más grande es el de Panamá, (con cuatro se llena una página) mientras que los hondureños han desarrollado el más pequeño (una página aguanta hasta 12); sería bueno enviar a alguien de Migración costarricense a Honduras para ver un sello que es de los “mejores del mundo”.
A los viajeros frecuentes que leen esto, reciban por favor un cordial saludo.
Carlos Denton
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