Rogue One: sacrificio, honor y esperanza
Pablo Vargas | Martes 20 diciembre, 2016
![](https://www.larepublica.net/storage/images/authors/pablo_header.jpg)
Yo estoy con la Fuerza y la Fuerza está conmigo…
StarWars. Cuatro décadas de un amor eterno y sublime imposible de explicar. A estas alturas del partido, es más fácil tratar de enseñar a un canino a hablar mandarín, que interiorizar el inconmensurable sentimiento que un simple tráiler despierta en tres generaciones de seguidores, de una de las más grandes y poderosas sagas que la industria del cine haya presenciado jamás. Un sentimiento tan profundo, tan sincero y tan arraigado que despierta pasiones que para un tercero rayan en la locura,de la misma forma en que lo hace el fanatismo –casi religioso–, de los apasionados por el fútbol.
Esa sensación de hormigueo en los huesos ante la incertidumbre del resultado esperado, la angustia eterna por el paso lento de las horas, la emoción al borde las lágrimas al ver a los ídolos saltar a la cancha. Esa tensión eléctrica al cantar escuchar el himno del equipo. El estallido ante el pitazo inicial. La jugada precisamente tejida de extremo a extremo. El baile, el olé, los gritos de aliento, los himnos. La locura colectiva cuando el balón besa las redes. Los abrazos, los aplausos, las plegarias y el glorioso sufrimiento esperando el pitazo final. La pasión desbordada y el éxtasis cuando el árbitro levanta las manos y da por concluido el partido. El regreso a casa con una enorme sonrisa dibujada en los labios. El saber que cada segundo de espera, valió finalmente la pena.
La incontenible espera por su estreno. El hormigueo al ver la mítica frase “Hace mucho tiempo en una galaxia muy muy lejana”. Las risas nerviosas y plegarias para que la nueva producción este a la altura de las expectativas. El corazón estremecido ante los primeros acordes de la banda sonora. El sentimiento de alegría de “finalmente está pasando”. El silencio sepulcral ante las primeras escenas. La alegría oculta en las pequeñas auto referencias. El aplauso contenido ante un diálogo que el corazón sabe perdurara por la eternidad. El personaje inesperado que se convierte en ídolo. El alma abatida ante las escenas emotivas. El corazón al borde de las lágrimas por su épico final. El aplauso y locura colectiva al correr los créditos. La sonrisa de oreja a oreja en el regreso a casa. El deseo de volver una y otra vez al cine para volver a sentir lo mismo.
Todas y cada una de esas pequeñas emociones, es lo que nos ha dejado ‘RogueOne’. Una producción que despertó las siempre convenientes dudas de si era necesario o no un spin-off de la saga y hoy no podemos más que agradecer a Gareth Edwards (Monsters, Godzilla) por brindarnos una obra que es todo lo que tuvieron que ser y no fueron las precuelas y queda muy por encima de la séptima entrega (TheForceAwakes). Porque tras las críticas mixtas que arrojó la obra de J.J. Abrahams un año atrás, el novel director se aleja del estilo artístico de su predecesor para regresar a la fórmula original y aportar todos los elementos claves que hicieron grande a la saga principal, uniendo las historias de ‘RogueOne’ y con el episodio 4 ‘A New Hope’ de una forma tan precisa y detallada que dejará sin aliento e impulsará la nostalgia en los fans de antaño. Diálogos poderosos, frases icónicas para la posteridad, personajes carismáticos, acción a granel, la esencia de los setentas y ochentas, un elenco de lujo y un brillante banda sonora que sabe complementar a la perfección la puesta en pantalla con un imponente apartado visual -que permitió traer directamente de la muerte a personajes de la saga principal-, son piezas claves en la construcción de un nuevo clásico.
Porque eso es justamente lo que hace Gareth Edwards: convertir algo que se auguraba como fracaso eminente en un clásico instantáneo. Más allá de su inicio a trompicones como arco argumental para presentar al elenco encabezado por Felicity Jones, que se calza a la perfección el rol de protagonista como Jyn Erso –la hija del arquitecto detrás de la Estrella de la Muerte interpretado por el siempre brillante Mads Mikkelsen–, un Diego Luna en completo estado de gracia para dar vida al Capitán CassianAndor y un sólido Ben Mendelsohn que demuestra que en la sobriedad está la clave de la oscuridad de un villano estelar, sirven de base para que el robot K-2SO (Alan Tudyk), el piloto BodhiRook (Riz Ahmed), el asesino experto BazeMalbus (JiangWen), el guerrero ChirrutÎmwe (Donnie Yen) se consoliden como el escuadrón suicida de una oda espacial que recuerda gratamente a los ‘Los Doce del Patíbulo’, en su intento por conseguir los planos que serán fundamentales en la destrucción de la Estrella de la Muerte.
Ese tramo final es la baza principal de toda la película. Su clímax toca la fibra más sensible del espectador, balanceándose entre el dolor, la redención y la esperanza, haciendo del corazón un puño y provocando un mar de sentimientos y emociones encontradas. Y ese es precisamente el mérito que tiene ‘RogueOne’. Su capacidad inesperada de reconectarnos con la base fundamental sobre la que está construida la saga al no dejar otra opción más que desear correr a casa, desempolvar el Episodio IV y revivir lo magistralmente conectados que están ‘RogueOne’ con ‘A New Hope’, en ese emotivo final que dejó anoche a la audiencia sin palabras y entre lágrimas, la totalidad del anfiteatro ovacionó de pie la grata experiencia vivida, cuando los créditos finales aparecieron en la gran pantalla. Y es precisamente la razón detrás de esta columna. La motivación para recomendarles abnegadamente que sea lo que tengan planeado este fin de semana, puedan encontrar un espacio para disfrutar de esta maravillosa producción que conecta el principio y el final de una de las más grandes sagas que haya visto el séptimo arte.