Sin aspavientos
Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 28 enero, 2015

Todos los actores sociales tienen derecho a exponer y a exponerse como quieran. De eso se trata la libertad de expresión
Hablando Claro
Sin aspavientos
Las relaciones entre periodistas y políticos son por naturaleza tirantes. La expresión más acabada de esa tirantez se produce entre la prensa y el partido que gobierna, porque nuestra función siempre nos coloca más cerca de las líneas opositoras.
En democracia, es un juego de equilibrios, pesos y contrapesos, en el que la prensa por supuesto, no es un actor neutro. Juega definitivamente un papel importante.
Los periodistas preguntamos, husmeamos, hurgamos, escarbamos. Ponemos foco ahí donde hay opacidad. Nos interesa colocar en conocimiento de la opinión pública asuntos que otros actores del entramado social no están para nada interesados en que se conozcan.
Los periodistas somos en cierto sentido, carroñeros. Hacemos un trabajo de limpieza y depuración que se sabe indispensable para el control del ecosistema.
Cuando hablo de la naturaleza de esa tarea de escrutinio que la sociedad democrática nos asigna, nunca la observo desprovista de reglas, de contenciones, de rigor técnico y de parámetros éticos. Desde mi perspectiva, no hay libertad sin responsabilidad.
Desde mi experiencia, el mejor control del trabajo periodístico es el que proporciona un buen marco ético de desempeño y la autocontención. Y hoy que somos periodistas entre muchos otros reporteros sociales del mundo cibernético, no solo la contextualización, sino especialmente el rigor de la verificación, siguen diferenciando nuestro trabajo.
Los periodistas somos pues, amados y odiados. Buscados y apartados. En nuestro oficio, las amistades son efímeras y las enemistades eternas. Por suerte no buscamos afecto.
Nuestro activo fundamental es la credibilidad. Es nuestro tesoro más valioso. Y lo acuñamos observando la ponderación de los elementos que intervienen en la rigurosidad del oficio: el derecho del público a saber y el interés común con la mayor precisión y corrección posible, sin excesos, sin mala fe, sin invasiones antojadizas.
Claro que en la tarea frenética de publicar noticias van muchos gazapos. Errores de apreciación, algunas veces de bulto, que obligan a desdecirse cuando fallan los parámetros por premura o cuando abiertamente se cometen deslices éticos. Hay de todo. Pero la credibilidad, reitero, es el valor fundamental.
Por eso, cuando políticos despotrican contra el trabajo periodístico argumentando que inventamos historias, armamos circos o incluso cuando nos endilgan ser parte del sicariato o de los grupos mercenarios más oscuros de la sociedad cuyos medios deben ser boicoteados eliminando pautas o suscripciones, yo no me inmuto.
Defiendo para los detractores el más absoluto respeto a su libertad de expresión, que es el fundamento mismo de nuestro trabajo. Y no creo que haya que hacer tanto aspaviento ni sentirse ofendidísimo por cuatro exabruptos.
La opinión pública seguirá nuestros diversos enfoques periodísticos en la medida en que lo que hagamos merezca credibilidad.
Lo demás es parte del juego. Y todos los actores sociales tienen derecho a exponer y a exponerse como quieran. De eso se trata la libertad de expresión.
Vilma Ibarra
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