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COLUMNISTAS


Adiós al querido “Gringo” de las misas

Miguel Angel Rodríguez [email protected] | Lunes 27 enero, 2025


Lorena y yo tuvimos el gusto de conocerlo hace muchos años. Llegaba a la misa diaria del Convento de San José de las Madres Carmelitas en el Barrio Laureles de San Rafael de Escazú. Y nos fuimos haciendo amigos.

Fue hace más de 20 años.

Por muchos años también asistía a la misa en inglés en la Capilla del Hotel Herradura en Barrio Cariari y a las del Sagrario de la Catedral los sábados por la tarde. Para él, cantar en una misa era un motivo de inmensa felicidad.

Tenía pasión por la música religiosa, que componía en inglés y que grababa con un grupo de amigos en California, donde había emigrado para vivir cerca de lo que sería Silicon Valley desde su natal Chicago.

Manejaba un carro Datsun 280z amarillo y negro que cada año se hacía más clásico y demandaba más dinero para reparaciones. Hasta que lo tuvo que vender.

Nos decía que, iluminado por la Virgen María a quién tenía extraordinaria devoción, había comprado una casita en las montañas de San Antonio de Escazú, donde vivía solo. No tenía familia en Costa Rica, pero se fue llenando de amigos. Y por muchos años tuvo la compañía de un perro al que compuso una linda canción.

Su castizo nombre Jaime Rivera (en realidad James Rivera) ocultaba sus dificultades para hablar español, pero le encantaba conversar.

Después de la venta de su reliquia automovilística debía vencer mil obstáculos para ir a la misa, a los bancos y al supermercado, que eran sus más habituales expediciones.

Y en esas condiciones fuimos intimando en la amistad, pues a menudo Lorena y yo llevábamos a Jaime a su casa después de misa, o lo dejábamos en el Más por Menos (menos por más bromeaba él), en el banco o en las oficinas de la Caja de ANDE para manejar la magra pensión que le llegaba de los EEUU y de la cual vivía. Viajaba con un pesado salveque (mochila le dicen ahora) que siempre llevaba a la Iglesia y cuyo contenido y necesidad de llevarlo a misa me siguen intrigando.

En su casa tenía unas matas de banano, y llegaba al Convento con frecuencia con una bolsa adicional al salveque con varias manos de banano que repartía entre feligreses y con el sacerdote, y que con frecuencia nos favorecían. Otras veces sacaba un chocolate de su “jacket” y lo daba a la persona de quien sentía que recibía un favor. En sus lugares de andanza en Escazú es bien recordado por su complicado español y por sus ricos chocolates. Y los niños del vecindario también gozaron de esos chocolates.

Si Lorena tosía en la iglesia, corría a ofrecerle un confite.

Cada viaje a su casa era ocasión de oír a Jaime contando de sus vivencias en Chicago y en la zona de San Francisco de California, de las aventuras para comprar su casa, y de su entrega a las indicaciones que recibía de Nuestra Madre Celestial para conformar su vida.

Hará un poco más de 4 meses regresó de un viaje a California que había efectuado en medio de las dificultades propias de su vejez, para terminar con sus amigos una grabación de música religiosa. Pocos días después sus vecinos que han sido extraordinarios samaritanos, lo encontraron tirado en el piso de su casa y lo llevaron al Hospital San Juan de Dios. Pasó unos días en emergencias y volvió a su casa bajo el cuido esmerado de sus vecinos, pero poco después volvió y fue internado en ese querido primero y gran hospital nacional.

Cuando volvió por segunda vez unas semanas después tampoco pudo pasar mucho tiempo en su casa y fue internado en el extraordinario Hospital Geriátrico Blanco Cervantes donde después de casi dos meses murió el pasado miércoles 22.

Tuve la bendición de Dios de que lo pude visitar el día anterior, y encontré que ya estaba agonizando. Tenía mucho tiempo de estar inconsciente y finalmente descansó con 87años de edad.

Durante su larga enfermedad pude compartir telefónicamente con un sobrino que vive con una hermana de Jaime, y con una sobrina que vive con un hermano. Ambos también de avanzada edad y necesitando sus cuidados por lo que los sobrinos no pudieron venir a acompañar a Jaime durante su enfermedad.

El pasado viernes se celebró la misa de su funeral en el Convento de las Carmelitas, y pudimos una vez más escuchar la música entonada por Jaime.

Fue triste despedirnos de sus restos y muy reconfortante saber que ya estaba descansando en el regazo de la Virgen María por cuya intercesión tanto pidió siempre en vida.

Es extraordinario el amor y la ayuda que sus vecinos le brindaron a James Rivera durante esta larga enfermedad. Cuidaron de él con ternura y dedicación cuando estuvo en su casa. Lo visitaron a los hospitales. Cuidaron de su vivienda.

Es también muy reconfortante constatar la calidad profesional y el trato bondadoso que recibió de nuestro sistema de seguridad social.

Luchemos para no perder ni el amor entre nosotros ni la calidad y humanismo de nuestras instituciones de bien social.

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