El dilema de las redes sociales
Mauricio París [email protected] | Jueves 01 octubre, 2020
El documental de Netflix nos hace reflexionar sobre el uso pernicioso de las redes sociales y de las consecuencias dramáticas que está generando en los más jóvenes.
¿Somos parte de un distopía en donde nuestro comportamiento está siendo sistemáticamente manipulado con fines comerciales? ¿Son las pantallas de nuestros teléfonos, tabletas o computadoras el medio por el cual recibimos una programación, cada vez más detallada de cómo debemos comportarnos, sentirnos o pensar sobre un determinado tema en concreto? ¿Las divisiones sociales que vemos cada día con más dramatismo son alentadas por sofisticados algorítmos que quieren que pasemos conectados peleando entre nosotros? Estos temas son desarrollados en la nueva producción de Netflix “El dilema de las redes sociales”, que, a favor o en contra, pareciera no dejar a ningún expectador indiferente.
La producción intercala la historia ficticia de una familia promedio que se ve afectada por el uso de las redes sociales por sus integrantes, con entrevistas a personajes que han ocupado un papel importante en el desarrollo de las principales redes sociales que utilizamos hoy, y que alertan sobre los efectos negativos y los riesgos inminentes de estas en el desarrollo de la humanidad, alegando que las redes se han salido de control.
El filme señala con claridad la forma inducida en que día a día, hora a hora, y minuto a minuto, una cantidad mayoritaria de seres humanos nos embullimos en nuestras pantallas para priorizar ese mundo artificial y alternativo compuesto por bits, en el que no sólo trabajamos, compramos y estudiamos, sino que saciamos los más diversos intereses y necesidades, en perjuicio, cada día con más frecuencia, de la realidad compuesta por átomos en la que nuestros cuerpos habitan. El deseo de estar conectados en lo virtual, y cada día más desconectados de lo real. Los números son demoledores: Facebook tiene 3000 millones de usuarios activos (en todas sus redes), esto representa el 65% de los 4500 millones de usuarios globales de Internet.
Esa dualidad existencial permite a muchas personas escapar por medio de la pantalla de su realidad, preocupaciones y limitaciones, y aspirar a convertirse en otra persona, en dar vida al avatar que se mueve e interrelaciona con aparente mayor libertad. El negocio, entonces, depende de la atención. Requiere que estemos allí, en ese espacio virtual, tanto tiempo como sea posible. Necesitan que esa puerta dimensional, en que se convierten las pantallas, sea una giratoria, que nos permita entrar constantemente a buscar esa satisfacción, a saciar nuestra ansiedad, a no perdernos nada. Cuando estemos fuera, nos invitarán a volver por medio de las notificaciones, que son la herramienta de persuación ideal para llevarnos de vuelta al ruedo.
Así surgen el FOMO, o fear of missing out, el temor a estarse perdiendo algo, o la nomophobia, el temor a perder el celular o no revisarlo constantemente. Estos temores no son más que una ansiedad irresistible no solo de llegar tarde a la noticia del momento, o al último meme de meme connosseur, sino a estar desperdiciando nuestra vida mientras otros cuelgan de sus redes sus viajes, sus comidas, sus maratones, sus emprendimientos, sus familias, sus amores… Ese sentimiento de comparación del éxito ajeno tiene hoy una métrica: los likes, que desviven a marcas, empresas e individuos.
Lo que más me impactó fue el análisis sobre la incidencia que esta realidad social tiene en los niños y adolescentes. Para quienes como yo, vivimos una adolescencia analógica, es difícil dimensionar la digitalización de una etapa tan compleja y determinante en nuestra vida, en donde la aprobación y el bullying también se cuelan en los dispositivos móviles. Esta situación ha llevado a un incremento preocupante en la depresión y la ansiedad entre las niñas y adolescentes, con un aumento del 62% en las niñas de 15 a 19 años que ingresaron en el hospital por autolesiones y del 189% en las de 10 a 14 años. El impacto y las consecuencias de nuestra falta de herramientas para administrar adecuadamente el uso de las redes sociales está siendo devastador.
Como sociedad, no estamos aun preparados para una solución, pero sí para iniciar su discusión. Las voces más beligerantes exigen una regulación, similar a la de otras industrias igualmente adictivas como el tabaco o la droga, sin embargo es difícil pensar cómo se podría articular una regulación de un servicio totalmente internacional y que al mismo tiempo es una herramienta de la libertad de expresión. Sin embargo, como individuos sí podemos tomar medidas para paliar la incidencia tóxica de las redes sociales en nuestra vida, en la de nuestras familias y sobre todo, en la de los niños. Sin duda, sacar hora y media para ver el documental es un buen punto de inicio para tomar consciencia de cómo funciona el negocio de estas empresas y de los efectos perniciosos que pueden llegar a generar. Tenemos que dejar el teléfono en paz.
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